Sí, lo confieso todos los 17 de marzo brindo por Patricio, santo patrono de Irlanda. Y lo hago, porque el arte le debe mucho a este santo misionero de perspicaz inteligencia y vida azarosa. Es gracias a él que la feroz y pagana Irlanda se hizo cristiana y como consecuencia de ello, nacieron los ejemplos más notables de la iluminación medieval; para mí gusto, los más espectaculares y mágicos libros que el hombre ha concebido.
Todo esto pasó porque Patricio no fue cualquier santo y porque su evangelización no fue como las otras. Era britano-romano y entre el siglo IV y V fue hecho prisionero y vendido como esclavo por piratas escotos, aquellas tribus celtas que posteriormente se instalaron en la actual Escocia. Tras años de cautiverio Patricio escapó y viajó a la Galia romana donde se ordenó como sacerdote, y en realidad todo podía haber terminado allí.

Pero no fue así. Regresó a Irlanda y lo hizo con un mensaje de esperanza y respeto; hablaba su lengua, conocía sus costumbres y comprendía la servidumbre, el hambre y las penurias y así les ofreció la verdad de una fe alejada del dogmatismo y el martirio. Predicó y los convirtió, pero las fiestas en los bosques siguieron su curso, las laxas costumbres matrimoniales se mantuvieron y las mágicas devociones que estas gentes tenían hacia la naturaleza, a la fuerza del viento y del sol, a la fertilidad de los árboles y de los animales, se incorporaron y se fusionaron con las cristianas.

Bajo esa premisa, las páginas de los evangelios que crearon las manos maestras de estos fervorosos ascetas, se iluminaron con la emoción de la nueva fe y con los misterios paganos del mundo natural. Las letras capitulares que inician sus páginas, nos regalan un universo único y novedoso compuesto de lazos que como talismanes circulares entrelazan en remolinos de color flores y animales, nudos celtas y bestias mitológicas.

Estos magníficos y majestuosos espirales contienen el universo y todas sus misteriosas fuerzas, se entregan a la protección de la palabra divina acurrucándose bajo la letra y buscando su cobijo y calor. Son una alabanza a la creación y son la máxima expresión estética del logro de este peculiar misionero, y solo por ello, San Patricio merece que cada 17 de marzo levantemos un vaso de cerveza en su honor.